miércoles, 17 de noviembre de 2010

Entrevista a Gillespi



Por Gloria Ziegler
Fotos de Javier Castillo
 

Se mueve, escurridizo, entre el mundo del rock y del jazz. Tocó con Sumo, Las Pelotas, Divididos, Charly García y Los Piojos. Pero también con Walter y Javier Malosetti, y Mariano Otero, entre muchos otros. Hace 12 años arrancó como solista, pero como eso no lo conformaba se buscó un lugarcito como actor, humorista, conductor de radio y hasta escritor. 

Hoy está al frente de Falso Impostor en la Rock and Pop y, cuando sus presentaciones de Guillerama se lo permiten, acompaña a Alejandro Dolina en La Venganza Será Terrible. Como si fuera poco, en sus tiempos libres prepara su tercer libro. 


-Roberto Pettinato fue el que te rebautizó a fines de los ‘90 como Gillespi, en un juego de palabras, nada disimulado, que hacia referencia al trompetista Dizzy Gillespie. Durante muchos años te encargaste de aclarar que no pretendías compararte con el mítico músico. Sin embargo, ¿crees que con los años te vas pareciendo a él? 


Sería muy loco pero puede ser. De hecho, con el tiempo me di cuenta de que tenemos bastantes cosas en común, por ejemplo en cuanto a la personalidad, esa forma de ver la vida humorística o irónicamente. En algún momento me tendré que empezar a poner negro –bromea y sonríe-. 


-Hay una anécdota que asegura que tú primer trompeta se la compraste a un pastor evangélico, ¿es cierto? 

Sí, lo del pastor es una historia muy loca. Yo vivía en Monte Grande y en los ’80 allá no había trompetas ni trompetistas, y yo estaba enloquecido con eso. En ese momento tenía un compañero de la secundaria que iba a una iglesia de un pastor norteamericano que había armado una especie de banda de rock cristiano. Tenía trombón, un teclado electrónico, batería y dos trompetas. Cuando me enteré dije: “Ahí esta mi trompeta. ¿A quién hay que matar?”

-¿Y te convertiste? 

Y me convertí, –bromea-. Pase de estar en una cosa completamente diabólica a una cosa angelical –junta las manos en símbolo de oración y mira hacía arriba-.Fue un proceso. Primero lo fui a ver, le dije que quería aprender a tocar y empecé a ir al templo. Iba todos los días y me quedaba horas en un ámbito completamente celestial. Divino. Pero cada tanto, el padre aparecía mientras yo estaba tocando y empezaba con su sermón –hace la mímica del pastor con la Biblia en la mano-.

La nota completa en la edición impresa  nº144



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